jueves, 26 de febrero de 2015

Aventura asiática (día 1): Bangkok (Tailandia)

Ya escribí hace unos días sobre los motivos por los que decidí liarme la manta a la cabeza y comprarme un billete de ida y vuelta a Bangkok. Hoy comienzo con el relato de la aventurilla en sí. Si doy algunos detalles difícilmente recordables después de exactamente un mes desde mi vuelta, no es porque tenga una memoria de elefante, sino porque fui anotando todo lo que me iba sucediendo en mi "libretita de los viajes", que, siendo fiel a su propósito, vino de México de la mano de mi jefa. 
El vuelo desde Málaga salió temprano, a las 9:35 de la mañana para ser exactos. Hicimos escala en París, y a las 14:00 (bueno, un poquito después porque salió con retraso) emprendíamos de nuevo el camino rumbo a Bangkok. El viaje se me hizo un poco pesado, porque con la excitación del momento no fui capaz de dormirme más que una hora, pero pasé el tiempo viendo películas, paseando por los estrechos pasillos del avión o simplemente no pensando absolutamente en nada. Había olvidado esa sensación de ausencia de pensamientos, mente en blanco y felicidad absoluta. Mi cerebro empezaba a desconectar de las preocupaciones mucho más fácilmente de lo que esperaba, y eso estaba muy pero que muy bien. 

A las 7:15 a.m. (hora tailandesa) aterrizamos en el aeropuerto Internacional de Suvarnabhumi, Bangkok. Nada más llegar cambié dinero en el mismo aeropuerto para tener Bahts, la moneda tailandesa. Cogimos un tren hasta Phaya Thai y desde ahí el Skytrain BTS, es decir, el metro "aéreo"... que no es subterráneo, vamos. Bajamos en la estación de On Nut porque nuestro hotel, que se llama Imm Fusion (qué graciosillos los que le pusieron el nombre) está muy cerquita. Soltamos las maletas, nos dimos una ducha y descansamos un poquito antes de ir a comer. Para el almuerzo fuimos a Tesco Lotus, un food court (para los ignorantes como yo es una planta llena de puestecitos de comida y en el centro mesas para que las consumas) donde hay una gran variedad de comida típica tailandesa. Todo tenía una pinta estupenda y olía genial. Pero ayyy inocente de mí... la primera en la frente. Quería probar algo típico, nada de hamburguesas ni salchichas y vimos un puestecillo con pollo al curry. Le preguntamos si picaba y el buen señor nos contestó: Mai Ped, o sea no pica. Y qué hice yo? pues no pedir pollo al curry sino pollo al curry verde, que estaba más atrás, sin preguntar si ese en concreto picaba o no. Me senté muy contenta con mi adquisición, más Thai imposible.


Pinché un trocito de berenjena tailandesa, que son chiquitas y redondas, muy distintas a las nuestras, y.... horror.... se me cayeron dos lagrimones enormes. Aquello era lo más picante que había probado en mi vida, así que no pude comer nada más en un rato. Para compensar el disgusto me compré piña, muy buena, por cierto, como todas las frutas que probé en los días posteriores. 

Tras el pequeño percance gastronómico... quién dijo Jet Lag?... tomamos el BTS hasta Saphan Taksin para ver el Wat Pho y el Wat Phra Kaeo, o sea, el Palacio Real. Tengo que decir que en Bangkok el transporte en general, y el metro en particular, es bastante caro en comparación con otras ciudades. Pero una vez en Saphan Taksin tomamos el barco, que se utiliza como metro acuático (allí tienen metro por tierra, río y aire), y en lugar de montarnos en el turístico utilizamos el típico tailandés. ¿La diferencia? Fundamentalmente el precio... mientras uno costaba más de 100 bahts, el que nosotras tomamos sólo fueron 15 bahts. Llegamos a Tha Tien Pier, donde nos bajamos del barco, y nos dirigimos al Wat Pho que alberga el mayor buda reclinado de Tailandia. 

La estatua me pareció impresionante, encajada en ese pequeño templo, majestuosa y serena al mismo tiempo. Daba gusto admirar tanta belleza. Supongo que ser el primero de los budas que vi durante el viaje lo hace todavía más especial. Salimos de allí, dimos un paseo por los alrededores y nos dirigimos rápidamente hacia el Palacio Real. 
Éste conjunto de templos-estupa-reproducción Angkor Wat-Casa Real me resultó bastante caro. Es cierto que si vas a Bangkok y te lo pierdes es para que te lo hagan mirar, porque es una de las atracciones que uno no puede obviar al visitar la ciudad.Sin embargo, no fue lo que más me gustó de Tailandia, ni siquiera de Bangkok, qué le hacemos... Por cierto, el famosísimo buda esmeralda me pareció muy pequeño... y me dio rabia no poder hacerle fotos (estaba prohibido). En este templo también tuve una pequeña anécdota. Como en todos los los lugares sagrados en Tailandia, hay que descalzarse al entrar y llevar ropa apropiada, lo que se entiende por rodillas, hombros-codos y escote cubiertos. Lo que yo no esperaba es que al señor de la puerta mis leggins del Decathlon hasta los tobillos le parecieran "too tight", o sea, demasiado ajustados. Teníamos dos opciones: a) ir hasta la entrada donde, tras la correspondiente cola kilométrica, y por un depósito de 200 baht, te prestan ropa adecuada; b) liarme un pañuelo de Merche de lo más colorido a modo de falda encima de los leggins, que me hacía parecer la turista más "guiri" del lugar. Efectivamente, teniendo en cuenta que faltaba sólo una hora para cerrar, me olvidé del remilgo estético y opté por la opción b. De esto no pondré fotos, porque si algún día me hago famosa no quiero que salgan a la luz ;)

Ahora que estoy recopilando la información de ese día me doy cuenta de que las anécdotas se sucedieron en las pocas horas que estuvimos en la calle. Resulta que a la salida del Palacio Real queríamos volver relativamente rápido al hotel para descansar un rato antes de cenar, pero tomar el barco y el BTS de nuevo nos llevaría un buen rato, así que optamos por el taxi. Con la mano a la altura de la cintura, como pidiendo que aminore la marcha (esa es la forma de llamar al taxi en Tailandia), Merche se dispuso a parar a uno de ellos. Rápidamente obtuvimos respuesta, un taxista se paró delante de nosotros y Merche en tailandés (que no veas cómo se maneja la muchacha) le dio la dirección el hotel donde nos alojábamos y le preguntó si nos podía llevar. El conductor dijo que sí, nos montamos y, al girar la esquina nos dice que nos bajemos, que lo ha pensado mejor y eso está muy lejos. Yo me quedé perpleja, pero claro, ella está más acostumbrada a tratar con thais, y al parecer eso es relativamente normal. Por fortuna el siguiente taxi que pasó nos llevó al hotel sanas y salvas previo regateo del precio final. Incluso di una cabezadita a lo largo del trayecto, porque por mucho que luchara contra el Jet Lag, ahí estaba. 
Tras nuestra visita turística necesitábamos una siesta, pero no muy larga, porque a las 8 habíamos quedado en la parada de BTS de Asok con unos compañeros de profesión de Merche, varios profesores de español a los que había conocido en un congreso. Nos arreglamos y allá que fuimos, a cenar a un restaurante mejicano con comida increíblemente deliciosa. 


La velada fue de lo más agradable, tanto que después de la cena nos fuimos a bailar salsa todos juntos a un bar llamado La Rueda. Lo pasamos genial y l@s chic@s españoles fueron encantadores. Fue un gustazo.

Volvimos al hotel y caímos muertas. El cansancio, la excitación y la alegría de ese viaje que no había hecho más que empezar, y que ya había valido la pena, me dejaron en brazos de Morfeo hasta la mañana siguiente, pero eso os lo cuento otro día, que esta entrada está quedando muy larga.

Por cierto, mis entradas cuentan fundamentalmente anécdotas, pero el blog de Merche tiene mucha más información útil sobre el viaje, transportes, precios y visitas turísticas. Si estáis pensando en viajar a Tailandia y/o queréis comparar sus vivencias con las mías echadle un vistacillo a su blog (http://sinhoradevuelta.blogspot.com/2015/02/bangkok-la-puerta-de-tailandia.html).

Continuará...


martes, 24 de febrero de 2015

Todo es más fácil con un objetivo a la vista

Durante los últimos meses de escritura de la tesis mis emociones iban montadas en un trenecito, subiendo colinas y bajando valles. Algunos días pensaba que nada podría detenerme, mientras que otros me sentía dentro de un túnel, sin salidas de emergencia, ni luces, ni nada de nada que me indicaran que el final estaba cerca. Uno de esos días, de madrugada, estuve hablando con mi amiga Merche, que vive en Tailandia y cuyos blogs recomiendo encarecidamente (http://sinhoradevuelta.blogspot.com, y http://thelimitsofmyworld.blogspot.com). A eso de las 2 de la mañana estaba en mi momento de escritura "supuestamente" más productivo, y Merche se acababa de levantar por eso de la diferencia horaria. Yo tenía uno de esos días horribles en los que todo era negro y le contaba mi preocupación, que me sentía estancada. Ella me leía (por whatsapp) atentamente y me dio la clave. "Tú lo que necesitas es viajar..." sentenció. "Ven a verme a Tailandia". Al principio pensé... está loca jajaja ¿cómo me voy a ir ahora, con la tesis de por medio...? no, no, imposible... además, cuánto gasto, me saldrá carísimo... decididamente no... o al menos no por el momento... pero y si.... El runrún del viaje no paraba de rondarme. Quizá ir a verla durante la escritura no era una buena idea, pero ¿y si lo planteaba como un auto-regalo post-tesis? ¿Me ayudaría eso a tener un objetivo para terminarla? Hablé con Pablo y me animó a comprarme el vuelo. Lo consulté también con Candela, y me dijo sabiamente que los ahorros son para disfrutarlos, y que no había nadie en quien pudiera gastarlos mejor que en mí misma. 
El otro día lo hablaba con una amiga a quien le pasa lo mismo, necesito la confirmación de los demás para tomar mis propias decisiones. Si hubiera comprado el vuelo, y alguien me hubiera hecho algún comentario dudando de la sensatez de mi decisión, habría sufrido un pequeño ataque de pánico hasta encontrar quien no pensara que ese viaje era una locura. Sin embargo, en este caso tenía la confirmación de dos personas en las que confío, y cuyo criterio parece ser más válido que el mío propio (esto lo voy a tener que trabajar próximamente), así que me permití echar un vistazo por la red para ver cuánto podría costarme un vuelo a Bangkok. A pesar de que los billetes eran muchísimo más baratos de lo que yo pensaba, mis inseguridades me impidieron comprarlo en ese momento, y esperé hasta el día en que deposité la tesis para hacerlo. De todas formas el objetivo estaba establecido. Al final de la tesis tendría una recompensa, y no solamente profesional sino que haría un viaje espectacular por Asia. Esa frase, que se repetía en mi mente, de: "Si muero mañana habré desperdiciado los últimos meses de mi vida escribiendo una tesis" desapareció por completo, y en muchos momentos de desesperación, cuando no me quedaban fuerzas para seguir, pensaba: "Si no lo puedo hacer por mí lo haré por Tailandia". Parece de telenovela pero el caso es que funcionó. La tesis se leyó el día 12 de diciembre de 2014 y yo embarqué rumbo a Bangkok con Merche el 9 de enero de 2015. Durante 17 días visité tres países, Tailandia, Camboya y Malasia, conocí lugares espectaculares, gente maravillosa y descubrí a una Miriam diferente, inmensamente feliz. Pero esa es otra historia que dejo para próximas entradas.

lunes, 16 de febrero de 2015

El avión, la sandía y el huequito (experiencias en un avión I)

Hace unos meses, cuando iba de camino a Edimburgo me pasó algo inesperado. Hoy puedo contarlo entre risas pero en el momento en el que sucedió casi me da un infarto. Como de costumbre llegué con bastante antelación al aeropuerto. Creo que es el único lugar al que soy capaz de llegar con antelación, quizá porque me horroriza la idea de perder un vuelo. El caso es que la mañana transcurría con normalidad. Embarcamos con puntualidad británica y me senté en mi asiento, fila 2 (qué afortunada) al lado de la ventana (la suerte me sonríe). Como es un vuelo de tres horas me gusta tener el equipaje a mano para sacar el portátil o algún libro, e ir entretenida, por lo que coloqué mi mochila debajo del asiento delantero. Todo iba bien. Ya estaba situada y aún quedaba gente por embarcar. Era el momento ideal para sacar el "taper" de sandía que me había preparado mi madre con tanto amor. Estaba buenísima y algunos de los "guiris" sentados a mi alrededor me miraban con cara de... mmm qué bueno ahora un poquito de sandía. Para que mi madre viera lo contenta que estaba le escribí un mensaje "whatsapp" con la correspondiente foto de la sandía. La estampa era la siguiente: en la mano izquierda sujetaba el "taper" mientras con la derecha escribía... "muchas gracias mami por la sandía, está buení...." clon, clon, clon!!! Antes de que pudiera reaccionar, el móvil desapareció de mi vista. Primero chocó contra la mochila, luego contra la pared del avión y de ahí al suelo, donde le perdí la pista. Me levanté e hice levantarse al matrimonio que iba a mi lado. Me agaché, pero ni rastro del móvil. Entonces descubrí una rendija entre la "pared" del avión y el suelo, metí la mano y me di cuenta de que era más profundo de lo que esperaba. Llegados a este punto decidí avisar a la azafata. Cuando le conté el incidente y el pequeño detalle de que el móvil estaba encendido cambió el semblante de su cara. Con su acento escocés de Glasgow (o sea, como un acento español de Álora, con todo mi respeto hacia ese estupendo pueblo y sus gentes) me dijo que intentara encontrarlo mientras llamaban a la azafata de tierra, una chica española muy agradable que cuando me vio con cara de "ay señor por qué a mí??", me dijo: "Tranquila, estas cosas pasan muy a menudo". Después de media hora de deliberaciones decidieron junto con el piloto que una vez aterrizados en Edimburgo tratarían de levantar el suelo del avión para recuperar mi teléfono. Las tres horas de vuelo fueron interminables y no por el teléfono en sí, sino porque el no poder recuperarlo significaba varias cosas: por un lado estar incomunicada, así que no podría avisar a mi familia de que había aterrizado sana y salva, lo que llevaría a mi madre a pensar que mi avión había sido secuestrado o que había sido víctima de un ataque nuclear. Por otro lado, no podría tomar el tren de camino a Aberdeen porque para recoger el billete en la estación necesitaba un código que no había escrito en un papelito, como manda la tradición, sino que lo anoté en el móvil. Pues eso, lo que se dice interminables. Una vez en tierra, sin incidentes a pesar de mi teléfono encendido, la azafata me pidió que dejara bajarse a todos los pasajeros y que me quedara en el avión. El ingeniero estaba de camino... Cuando todo estuvo despejado, el ingeniero habló con la azafata, me miraron, se miraron, y me dijero: "...baje del avión, vamos a llevarlo al hangar, donde desmontaremos el suelo, y una vez recuperemos su móvil se lo llevaremos al mostrador de facturación. Hable con la azafata de tierra..." Después de estas palabras lo tenía claro, no recuperaría el móvil a lo largo de esa tarde... La reacción de la azafata de tierra me lo confirmó: "... deje en el mostrador su nombre, dirección y teléfono de contacto, porque parece bastante improbable que recupere hoy su teléfono, madam...". No había recorrido ni 10 metros cuando la azafata de vuelo, la misma que había querido asesinarme con la mirada cuando le conté mi pequeño problemilla, salía corriendo del avión limpiando el agua de la pantalla de.... MI TELÉFONO!!! En ese momento me di cuenta de lo dependiente que soy de ese aparatejo y decidí que siempre llevaría conmigo una libretita con las cosas importantes apuntadas. Tengo que decir que lo he cumplido a rajatabla en el último año y me ha sido de gran utilidad, aunque nunca más he tenido que rescatar el teléfono de las entrañas de un avión.

lunes, 2 de febrero de 2015

Nuevos proyectos... hay vida después de la tesis.

Ay, tengo tantas cosas que contar sobre las últimas semanas... entre ellas mi viaje a Tailandia, Camboya y Malasia con Merche. Pero para eso tengo que digerir un poco las fantásticas experiencias que he vivido y poder expresarlas con serenidad y madurez, sin olvidarme de los detalles ni de las sensaciones meditadas en la distancia. 
De vuelta de tan estupendo viaje he vivido unos días complejos, en los que me he cuestionado principalmente cómo quiero vivir mi vida a partir de ahora y, sobretodo, qué puedo hacer con ella para que me regale un pedacito de felicidad cada día. Y una de las cosas que tengo pendientes desde hace años es la docencia. Mientras estudiaba la carrera estuve dando clases particulares a niños y adolescentes, y durante la tesis tuve la oportunidad de dar algunas prácticas de laboratorio y seminarios a alumnos de 2º y 3º de Biología y de Ambientales. Siempre lo he tenido claro, enseñar es una de las cosas que más me gustan y no voy a renunciar a ello, al menos quiero intentarlo. Siendo Aberdeen una ciudad de habla inglesa, se me ha ocurrido que podría empezar dando clases de español, que nada tiene que ver con mis algas comedoras de CO2, pero creo que se me puede dar bien y me puede hacer disfrutar.
El primer paso ha sido publicar en Facebook mis intenciones para que la información llegue a todos mis contactos allí. Supongo que el boca a boca puede ayudarme a que me conozca más gente. Quiero hacer también una página de Facebook donde ir mostrando mi actividad y, por otro lado, tengo algunos proyectos más con Merche y Adrián relacionados con la enseñanza del idioma.
No sé como me irá, pero de momento ganas por comenzar con algo distinto no me faltan. Espero que no se quede en una simple ilusión y que poco a poco vea la luz.