Ya escribí hace unos días sobre los motivos por los que decidí liarme la manta a la cabeza y comprarme un billete de ida y vuelta a Bangkok. Hoy comienzo con el relato de la aventurilla en sí. Si doy algunos detalles difícilmente recordables después de exactamente un mes desde mi vuelta, no es porque tenga una memoria de elefante, sino porque fui anotando todo lo que me iba sucediendo en mi "libretita de los viajes", que, siendo fiel a su propósito, vino de México de la mano de mi jefa.
El vuelo desde Málaga salió temprano, a las 9:35 de la mañana para ser exactos. Hicimos escala en París, y a las 14:00 (bueno, un poquito después porque salió con retraso) emprendíamos de nuevo el camino rumbo a Bangkok. El viaje se me hizo un poco pesado, porque con la excitación del momento no fui capaz de dormirme más que una hora, pero pasé el tiempo viendo películas, paseando por los estrechos pasillos del avión o simplemente no pensando absolutamente en nada. Había olvidado esa sensación de ausencia de pensamientos, mente en blanco y felicidad absoluta. Mi cerebro empezaba a desconectar de las preocupaciones mucho más fácilmente de lo que esperaba, y eso estaba muy pero que muy bien.
A las 7:15 a.m. (hora tailandesa) aterrizamos en el aeropuerto Internacional de Suvarnabhumi, Bangkok. Nada más llegar cambié dinero en el mismo aeropuerto para tener Bahts, la moneda tailandesa. Cogimos un tren hasta Phaya Thai y desde ahí el Skytrain BTS, es decir, el metro "aéreo"... que no es subterráneo, vamos. Bajamos en la estación de On Nut porque nuestro hotel, que se llama Imm Fusion (qué graciosillos los que le pusieron el nombre) está muy cerquita. Soltamos las maletas, nos dimos una ducha y descansamos un poquito antes de ir a comer. Para el almuerzo fuimos a Tesco Lotus, un food court (para los ignorantes como yo es una planta llena de puestecitos de comida y en el centro mesas para que las consumas) donde hay una gran variedad de comida típica tailandesa. Todo tenía una pinta estupenda y olía genial. Pero ayyy inocente de mí... la primera en la frente. Quería probar algo típico, nada de hamburguesas ni salchichas y vimos un puestecillo con pollo al curry. Le preguntamos si picaba y el buen señor nos contestó: Mai Ped, o sea no pica. Y qué hice yo? pues no pedir pollo al curry sino pollo al curry verde, que estaba más atrás, sin preguntar si ese en concreto picaba o no. Me senté muy contenta con mi adquisición, más Thai imposible.
Pinché un trocito de berenjena tailandesa, que son chiquitas y redondas, muy distintas a las nuestras, y.... horror.... se me cayeron dos lagrimones enormes. Aquello era lo más picante que había probado en mi vida, así que no pude comer nada más en un rato. Para compensar el disgusto me compré piña, muy buena, por cierto, como todas las frutas que probé en los días posteriores.
Tras el pequeño percance gastronómico... quién dijo Jet Lag?... tomamos el BTS hasta Saphan Taksin para ver el Wat Pho y el Wat Phra Kaeo, o sea, el Palacio Real. Tengo que decir que en Bangkok el transporte en general, y el metro en particular, es bastante caro en comparación con otras ciudades. Pero una vez en Saphan Taksin tomamos el barco, que se utiliza como metro acuático (allí tienen metro por tierra, río y aire), y en lugar de montarnos en el turístico utilizamos el típico tailandés. ¿La diferencia? Fundamentalmente el precio... mientras uno costaba más de 100 bahts, el que nosotras tomamos sólo fueron 15 bahts. Llegamos a Tha Tien Pier, donde nos bajamos del barco, y nos dirigimos al Wat Pho que alberga el mayor buda reclinado de Tailandia.
La estatua me pareció impresionante, encajada en ese pequeño templo, majestuosa y serena al mismo tiempo. Daba gusto admirar tanta belleza. Supongo que ser el primero de los budas que vi durante el viaje lo hace todavía más especial. Salimos de allí, dimos un paseo por los alrededores y nos dirigimos rápidamente hacia el Palacio Real.
Éste conjunto de templos-estupa-reproducción Angkor Wat-Casa Real me resultó bastante caro. Es cierto que si vas a Bangkok y te lo pierdes es para que te lo hagan mirar, porque es una de las atracciones que uno no puede obviar al visitar la ciudad.Sin embargo, no fue lo que más me gustó de Tailandia, ni siquiera de Bangkok, qué le hacemos... Por cierto, el famosísimo buda esmeralda me pareció muy pequeño... y me dio rabia no poder hacerle fotos (estaba prohibido). En este templo también tuve una pequeña anécdota. Como en todos los los lugares sagrados en Tailandia, hay que descalzarse al entrar y llevar ropa apropiada, lo que se entiende por rodillas, hombros-codos y escote cubiertos. Lo que yo no esperaba es que al señor de la puerta mis leggins del Decathlon hasta los tobillos le parecieran "too tight", o sea, demasiado ajustados. Teníamos dos opciones: a) ir hasta la entrada donde, tras la correspondiente cola kilométrica, y por un depósito de 200 baht, te prestan ropa adecuada; b) liarme un pañuelo de Merche de lo más colorido a modo de falda encima de los leggins, que me hacía parecer la turista más "guiri" del lugar. Efectivamente, teniendo en cuenta que faltaba sólo una hora para cerrar, me olvidé del remilgo estético y opté por la opción b. De esto no pondré fotos, porque si algún día me hago famosa no quiero que salgan a la luz ;)
Ahora que estoy recopilando la información de ese día me doy cuenta de que las anécdotas se sucedieron en las pocas horas que estuvimos en la calle. Resulta que a la salida del Palacio Real queríamos volver relativamente rápido al hotel para descansar un rato antes de cenar, pero tomar el barco y el BTS de nuevo nos llevaría un buen rato, así que optamos por el taxi. Con la mano a la altura de la cintura, como pidiendo que aminore la marcha (esa es la forma de llamar al taxi en Tailandia), Merche se dispuso a parar a uno de ellos. Rápidamente obtuvimos respuesta, un taxista se paró delante de nosotros y Merche en tailandés (que no veas cómo se maneja la muchacha) le dio la dirección el hotel donde nos alojábamos y le preguntó si nos podía llevar. El conductor dijo que sí, nos montamos y, al girar la esquina nos dice que nos bajemos, que lo ha pensado mejor y eso está muy lejos. Yo me quedé perpleja, pero claro, ella está más acostumbrada a tratar con thais, y al parecer eso es relativamente normal. Por fortuna el siguiente taxi que pasó nos llevó al hotel sanas y salvas previo regateo del precio final. Incluso di una cabezadita a lo largo del trayecto, porque por mucho que luchara contra el Jet Lag, ahí estaba.
Tras nuestra visita turística necesitábamos una siesta, pero no muy larga, porque a las 8 habíamos quedado en la parada de BTS de Asok con unos compañeros de profesión de Merche, varios profesores de español a los que había conocido en un congreso. Nos arreglamos y allá que fuimos, a cenar a un restaurante mejicano con comida increíblemente deliciosa.
La velada fue de lo más agradable, tanto que después de la cena nos fuimos a bailar salsa todos juntos a un bar llamado La Rueda. Lo pasamos genial y l@s chic@s españoles fueron encantadores. Fue un gustazo.
Volvimos al hotel y caímos muertas. El cansancio, la excitación y la alegría de ese viaje que no había hecho más que empezar, y que ya había valido la pena, me dejaron en brazos de Morfeo hasta la mañana siguiente, pero eso os lo cuento otro día, que esta entrada está quedando muy larga.
Continuará...